miércoles, 18 de abril de 2007

El delirio de la indignación

Ignoro si son ustedes personas que, de vez en cuando, se entregan al dulce placer de la creación. De la creación he dicho y a la creación me refiero. Y, para evitar malentendidos que luego me dejen como hereje, apóstata o disidente, aclararé que no estoy hablando de Crear algo, sino de crear; así, en pequeñito. Porque no descubro nada si afirmo que el hombre sólo puede crear cosillas inmateriales. Es cierto que a veces las creaciones humanas son sublimes y casi superiores, como tocadas por el aliento divino y celestial. Pero nunca el hombre creará de la nada algo material. Ese tipo de actividades nosotros, los humanos, preferimos dejárselas a Dios. Es de las otras creaciones, las humanas, de las que intentaré divagar un poco.

Si este tema no le interesa o si para usted la composición artística no va más allá de la producción de sonidos, cuya belleza y armonía es, cuando menos, discutible, a base de grandes efluvios, bien rectales, bien bucales o sobacales, le aconsejo que pase directamente al poema, o mejor que cierre el libro y encienda la tele. Posiblemente, en estos momentos, en nueve de cada diez cadenas estén emitiendo alguna ordinariez que estimo será muy de su agrado. Pero si es usted, estimado lector, alguien preocupado por las composiciones artísticas, tomen éstas el disfraz que tomen, le invito a acompañarme en las siguientes reflexiones que, con la ayuda ejemplar de mi hermano, a renglón seguido transcribo.

Quizás lo mejor para meterse en este delicado asunto será hablar de la Inspiración. Todos ustedes, seguro, en algún momento de su vida, se han sentido inspirados. Y no sólo para la realización artística funciona la inspiración. Como ejemplo tomemos el fútbol, para algunos lo más alejado al arte y para otros arte en estado puro. ¿Por qué hay días en los que un futbolista realiza auténtico arte con un balón y otros que ni siquiera parece estar jugando? ¿Qué ocurre? ¿Qué unos días sabe jugar muy bien al fútbol y otros lo olvida? No, lo que ocurre es, ni más ni menos, que Inspiración. Y no es que los días que juegue bien el futbolista inspire más. No es eso. Es que ese día el futbolista ha tenido una iluminación.
A mi hermano le ocurría a menudo. Opinaba que la Inspiración era un don, un quid divinum, una voz del cielo y, por ese motivo, creía que ponerle cotos a los momentos de arrebato era casi un pecado. Lo malo es que el soplo divino a menudo llega cuando uno está en mitad de situaciones en la que los soplos divinos nos importan tanto como el resoplido de una gacela de Thompson en mitad de la sabana africana.

En cierta ocasión estaba mi hermano en un restaurante, cenando íntimamente con una chica, cuando sintió que estaba a punto de crear algo. Lo primero que hizo fue pedir que le disculpase para ir al cuarto de baño. De camino, se dirigió a la barra y pidió al camarero que le prestase algo para escribir. Ya en el baño, se quedó mirando su cara en el espejo a la espera de la inminente venida. Pero, ¡oh cruel y paradójico destino! a mi hermano, a la vez que la Inspiración, le vino una cruel e imparable flojera intestinal, de los intestinos de abajo. Sentado en el váter, con los pantalones bajados y escribiendo en el papel higiénico, mi hermano, a la vez que expulsaba, creaba. Y realizó un magnífico poemilla. Al volver al lado de la chiquilla, que ya estaba temiéndose algún tipo de abandono de su acompañante, mi hermano, orgulloso por lo uno y satisfecho por lo otro, le entregó su obra. Y la chica tuvo una reacción de lo más extraña. En lugar de alabar al imponente creador y caer en sus brazos, tal y como éste esperaba, ella se levantó y, tras cruzarle la cara, le dejó sólo en el restaurante con la cena a la mitad y sin aportar su parte económica. Mi hermano, se cuestionó el resto de su vida si la causa de aquel acceso de furia fue el poema o el hecho de que el papel se hallase algo manchado. Manchado de café, claro, no sean mal pensados. En fin, les dejo que juzguen ustedes:


Un repulsivo olor a hez
mis entrañas revolvía;
un licor, sabor a hiel
en vómitos convertía.
Una extraña lucidez
mi pensamiento envolvía,
es delirio que tal vez
de resaca provenía.

Una ninfa extraño ser
ante mí se aparecía,
una hada o una mujer
bailando de mí reía.
Sin saber muy bien por qué
hambruna voraz sentía,
decidí que esa mujer
de alimento serviría.

"Ríe, ríe pajarillo,
ya verás cuando te coja,
de tu lomo un solomillo
de toma pan y moja."

Que en un sueño me encontré,
un afán de fantasía,
mas de nuevo desperté
cuando más me divertía.

Continuando con mis reflexiones, me gustaría ceñirme ahora al momento de crear. Tú estás ahí, tranquilo, tirado en la cama, en el sofá o, haciendo un esfuerzo, en un sillón. De vez en cuando te dices que debes levantarte y hacer algo, especialmente cuando escuchas a tu madre revolviendo tal o cual cosa. Porque de todos es sabido que a las madres eso de revolver y recolocar les gusta mucho. Pues están, como digo, en uno de esos momentos de máxima ocupación cuando notan ese prurito, esa lejana sensación que nos avisa de que vamos a sufrir de manera inminente un arrebato creacional. Tal y como mi hermano nos ha enseñado, lo primero que hay que hacer es no ponerle trabas. Así que dejan esa importante ocupación que se traían entre manos y, abandonando la cama, sofá o sillón, se dirigen a crear.

Mi hermano, como ya algún aventajado lector habrá intuido, creaba poesía. Decía él que le brotaba. Que, cuando estaba iluminado, casi sentía que no era él el que escribía, que era alguien superior a él. Alguien que lo había elegido y que lo utilizaba. También decía que la poesía, entonces, le surgía a modo de cancioncillas. Una vez que se dio cuenta de este hecho, se preguntó: ¿por qué no escribir una canción para forrarse? Una de esas canciones que habitualmente permiten a gente sin ningún gramo de arte por sus venas hacerse millonario a costa de adolescentes rabiosos capaces de matar por ver al patético ídolo al que adoran cantar mal estupideces sin sentido que luego les llevan a tener un concepto del mundo tan irreal y rastrero que, al hablar con ellos, acabas por preguntarte si no será algún tipo de plan del gobierno para lavar las mentes a las futuras generaciones. Ya saben, una de esas canciones...

Dicho y hecho. Esperó y esperó hasta que la canción le fue dada. Y, como otras tantas veces, fue en mitad de un sueño cuando se le ocurrió el tono y la melodía. Algún día alguien con más entereza y constancia que las que yo poseo debería estudiar este proceso. No obstante, no es tema que ahora interese. Mi hermano escribió su canción, pero quedó lejos de estar contento con ella. "¡Qué maligno sino el mío!" Me decía en aquellos tristes momentos. Y yo, para consolarle, le respondía: "Es verdad, hermano, qué maligno sino el tuyo". Y es que la canción que se le ocurrió no servía para hacerse millonario. No era de esas que se ponen en las radios para adolescentes y que te permiten vivir bien el resto de tus días. La canción que soñó era una ópera. Resultaba de lo más extraño porque mi hermano no tenía ni idea del más básico de los solfeos. No obstante, su cabreó se justificaba porque una ópera jamás le sacaría de pobre, a fin de cuentas, estaba casi peor pagada que la poesía y, además, su mejor aria sonaba igual que el chisporroteo de una moto trucada. Indignado con su sino, con su nono y con su sisi, mi hermano empezó a escribir un poema para calmar su furor y su desazón. Poema que, desde luego, prosigue a estas líneas:

Ocurrióseme una vez
de lucimiento mental
que escribir podría, tal vez,
una obra monumental.

Un poema no, que no
da para poder comer,
podría ser un novelón
o una canción podría ser.

Ya se sabe que quien da
más dinero que Polanco
o es la industria musical
o es la tienda del estanco.

Una canción, pues, compuse:
Chipiripi su estribillo;
por la rima pues, supuse
que el resto sería sencillo.

Chipiripi, chipiripi
(chipiripi comenzaba),
chipiripi, chipiripi
(tal es como continuaba).

Y pensando que iba bien,
primera estrofa compuesta,
la segunda comencé
que es la que va detrás de ésta.

Chipirí, chipiripí
(cambiando un poco la cosa).
Chipiripón, chipirí
(aunque suene un poco sosa).

Avanzaba la canción,
sólo quedaba el final,
y escribíle un colofón
que la fama me iba a dar:

"¡Ay Felipe no me robes!
(sin saber quien es Felipe)
¡Ay Felipe no jorobes
que nada rima a Felipe!"

Aunque ladrón una vez
llegó a rimar con gobierno
sin saber muy bien por qué
pues no rima con infierno.

Yo pensé que "Luis Miguel"
con "Felipe" rimaría.
¡Soberana tontería!
si no rima con gobierno.

Creí entonces que "Peré"
tal vez me convendría
mas dime cuenta otra vez
que no ligaba al infierno.

Por ligar escogí "Tierno",
un político ligón,
que ligaba con gobierno
mas no ligó con ladrón.

Esto se me hacía eterno,
buscar a Felipe rima,
¡ya me daba hasta grima!
componer una canción.

Cuando acabé de escribir
encontré rima a Felipe.
¡Maldición! Pues comprendí
que sólo rima con gripe.

¡De la mano dos venenos!
Pues no se cura la gripe,
esperemos por lo menos
curarnos del tal Felipe.

Y al gobierno otra vez
vuelve Felipe a Hacer daño,
como la gripe también
que va y viene cada año.

¡Que nos libren de Felipe!
Mas ¡qué extraño desatino!
Que de él nos libra el destino
o nos libra de él la gripe.

La balada, pues, envié
a esa emisora tan maja;
sólo "ésa" podía "ser"
la que los discos nos raja.

Bien lo sabe quien lo sepa
que quien pincha también raja,
aunque la duda me quepa
si usa punzón o navaja.

Tristemente mi canción
no alcanzó el número uno
ni tampoco alcanzó el dos,
ni aún siquiera el noventa y uno.

Que el bestia del pinchadiscos
al pincharla la rayó,
que en esta casa los discos
te los pincha algún cabrón.

Pero me quedé contento
pues contaba una verdad,
una verdad que ahora cuento
y resumo aquí al final:

"No se debe robar mal
¡qué todo el mundo lo sepa!
Que a nadie la duda quepa
sino sólo al Tribunal.

domingo, 1 de abril de 2007

A un guarro

Si existía algún detalle reseñable, del prolijo y cultivado carácter de mi hermano, éste era, sin lugar a la menor de las dudas, su intransigencia para con un oloroso defecto. En realidad, poseía un desarrollado sentido de la intransigencia, como no podía ser de otra manera en alguien como él, firmemente católico y de derechas. No tragaba ciertas manifestaciones de los vicios de sus congéneres. La falta de orden, la estupidez o la hipocresía son algunos de los defectos que aquejaban a muchos de los semejantes de mi hermano y que éste no aguantaba. Para que se hagan una idea de hasta dónde llegaba su extremismo en este aspecto, contaré que llegó a realizar una lista, que tituló:

CANCIONES QUE IMPRESCINDIBLEMENTE DEBE CONOCER Y APRECIAR LA CHICA QUE PRETENDA ASPIRAR AL ENORME PRIVILEGIO DE SER MI NOVIA


Y en la que incluía canciones como "Mustafa" del grupo estrafalario Queen, la "Obertura del Necio" de los instrumentales Supertram o el
Limonero" de los blanditos Pedro, Pablo y María.

Sea como fuere, existía entre los congéneres de mi hermano, y entre muchos de los míos, un defecto que era absolutamente rechazado por él: la suciedad o la falta de higiene personal. Observar a una persona guarra le provocaba grandes accesos de ansiedad que desembocaban, inevitablemente, en tremendos picores por toda su superficie corporal. Aunque curioso, era cierto. A mi hermano, ver desaliñados, le producía prurito.

Mi familia buscó durante años la causa y la cura de esta sucia alteración psíquico-física, pero todos los psicólogos se empeñaban en relacionarlo con auto-represiones de carácter sexual. Una vez, mi hermano llegó a confesarme que se empezaba a sentir algo reprimido. Cuando le pregunté que en qué aspecto, me respondió que, de un tiempo a aquella parte, debía reprimirse para no lanzar las sillas de los consultorios a las cabezas de los psicólogos. Con los psiquiatras fue casi peor. Siempre volvía con un diagnóstico plagado de palabrejas y vocablos incomprensibles, aunque todos coincidían en afirmar que la “etiología era patognomónica”. No sé qué tipo de perverso mal es ése, pero es sin duda devastador para la Clase Mamífera, pues he escuchado a muchos médicos y veterinarios usarlo para explicar el origen de muchos trastornos. De cualquier forma, ninguno logró nunca curarle su prurito.

Imaginen, pues, su desgracia cuando topó con un chaval que portaba con gusto todos esos defectos que él despreciaba. La cosa no hubiese llegado a mayores sino fuera porque el pestilente sujeto asistía a su misma clase. Ya pueden hacerse una idea de lo que eran aquellas clases. Por un lado, el mal olor que eternamente emitía el mefítico personaje; por el otro, las diversas, complicadas y en ocasiones divertidas contorsiones que mi hermano se veía obligado a realizar para rascarse en todas las zonas de su cuerpo. Tan graves eran los ataques de picores que a mi hermano se le empezó a conocer como "el chimpa", por la semejanza de comportamiento con el de ciertos monos, sin duda muy inteligentes.

Mi hermano tenía paciencia, no es que fuera el santo Job, pero tenía paciencia. Su paciencia aguantó lo que pudo, pero en poco tiempo se vio totalmente rebasada por el mal olor, las vestimentas pegajosas, el pelo grasiento y los demás repelentes del guarro. Éste, que ignoraba que el comportamiento extravagante de mi hermano tuviera su origen en él, le tenía como a una persona bondadosa y de gran sapiencia. Por ello, en cierta ocasión, fue a demandar a mi hermano su sabio consejo relacionado con una chica que le atraía. Concretamente, le pidió, sabedor de su afición lírica, un poema que le ayudara en su conquista. Mi hermano, que era una gran persona, de enorme corazón, estrecho de espaldas, y abultada capacidad craneal, en lugar de ignorar la petición del guarrete, como hubiésemos hecho sin duda nosotros, gente mezquina y facinerosa, se comprometió a escribirle el poema. Y lo hizo de la original manera que a continuación transcribo:

Todo hiede, todo apesta,

todo huele a podredumbre.

dices que ella te detesta

por no mudar tu costumbre.


Si rascaras bien la roña

aunque solo sea en la cara;

si arrancaras la carroña,

si una esponja te lavara...


Quizás ella te quisiera,

pero no, una dama así...

Si estúpida quizás fuera,

si viviera sin nariz.


Si por ahí fueras vestido

con ropa limpia y aseado,

si ningún viejo tejido

ni trapo por otro usado.


Si sintieras el dolor

que nos produce el mirarte;

si supieras qué hedor

de repente al acercarte.


Náuseas que al mal olor llaman,

nostálgicos sentimientos

que en la noche ciega exclaman

vómitos de olor a cientos.


Tus andares desgarbados

solo tienen un porqué:

uno del otro , apestados

van huyendo tus dos pies.


Si los guarros a tu paso

sin disimulo se apartan

¿no será porque acaso

son tus sobacos que cantan?


Andando contigo van

estreñidos sin remedio,

y es tocarte nada más

que cagan de a metro y medio.


Ya te acabo tu poema,

ya esta inmunda cancioncilla

y no sigo que me apena

ver caspa en tu coronilla.