domingo, 22 de julio de 2007

El Amor

(Parte I)


IMPORTANTE AVISO AL LECTOR:
En aras de lograr una mayor transmisión de la carga emocional, lea los siguientes versos con música apropiada: El Romeo Y Julieta de Chaikovski, la Lacrimosa de Mozart, el Movimiento Número Dos de la Séptima Sinfonía de Beethoven o el “When I`m Laid In Earth” de Purcell. Con el resto del texto se aconseja música un poco más festiva. La “Wendy” de los Mojinos Escozíos, por ejemplo...

Qué fácil es amar
como aman los poetas,
que con palabras quietas
tu rostro hacen brillar.
Llevan a tus pupilas
fuegos fatuos y engañoso,
fuego que huye, medroso,
como hienas intranquilas.
Yo que versos te escribo,
(letra queda en reclamo)
con los que inocente amo,
por los que tonto vivo;
no consigo con versos
arrancar de tu boca
ni suspiros de loca,
ni de amante los besos.
Hubo una ocasión en la que el corazón de mi hermano fue cruelmente asaeteado por el diosecillo niño. La chica que le robó las últimas cinco letras del corazón, en mi opinión, era, aunque guapa, algo soñadora. Con pájaros en la cabeza y ondas en el alma, si me entienden. No es que quiera desprestigiarla, ni mucho menos, pero tuve una conversación con ella que no me gustó nada. Empezó ella preguntándome si creía en la vida después de la muerte.
-Por supuesto, por cuanto que no creo que la muerte sea el fin de la vida, sino una parte más de la misma. -Respondí con la sabiduría que en estos temas invade mi mente.
-¿Sabes qué pienso yo?
-No –respondí sincero.
-Pienso que nosotros, cuando morimos, somos perpetuados por el pensamiento de los que nos querían. De los que viven a nuestro lado.
-¿Qué? -pregunté entre sorprendido y escéptico.
-Sí, es como... las ondas en un lago. Durante nuestra vida emitimos ondas que van alejándose en el gran lago de la vida y, de vez en cuando, nuestras ondas chocan con las ondas de otras personas, uniéndose a éstas. Y mientras esa persona viva emitirá sus ondas y las tuyas... que chocarán con otras y otras perpetuándote eternamente. -Concluyó alegremente con una sonrisa.
Después de mirarla por espacio de unos segundos, pregunté:
-¿Y no te da vergüenza contar esas cosas?
-En absoluto. ¿Por qué? Es lo que creo.
-A mí me la daría. Es más, si yo creyese algo así... no sé, posiblemente visitaría a un psiquiatra.
-¡Ah! Vamos. No es tan extraño. Tú acabas de decir que piensas que con la muerte no acaba la vida.
-Pero tal afirmación es cierta.
-¿Ah sí?
-Claro, o vas al Cielo, o al Infierno o al Purgatorio.
-Ya. ¿Y el Limbo? ¿También crees en él?
-Pues claro. Por ahí estará con los pobres niños no bautizados y los funcionarios.
-¿Así que creer en el Limbo no es extraño, pero en las ondas sí?
-Exactamente.

Supongo que no necesitarán más para entender porqué desaprobaba el que mi hermano se hubiese enamorado de ella. Sin embargo, no tenía motivos justificados para preocuparme. Tan enamorado estaba que cometió el error de comportarse como tal. Empezó a mandarle flores, a escribirle poemas, en definitiva, a actuar como un enamorado. Después de ser rechazado un par de veces, escribió, y lo que es peor, le envió a la creyente en el ondaísmo, los versos precedentes. Desgraciadamente, como no podía ser de otra forma, no surtieron el menor efecto. Viéndole cada vez más consumido por su amor, me decidí a hablarle para intentar que cejase en sus intentos. Tal fue la conversación que mantuvimos:
-Vamos a ver –le espeté-, ¿dices que la quieres?
-¿La quiero? ¡No! ¡La amo! ¡La adoro! Besaría el suelo que pisa. Yo...
-Un momento, un momento. Vas a responderme unas preguntas. ¿Lo primero que piensas cuando te levantas es en ella?
-Sí. Con cada neurotransmisor de mis neuronas.
-¿Y te duermes soñando con ella?
-Desde luego...
-¿Te sientes el hombre más dichoso del mundo cuando ella te habla, te mira o te sonríe?
-Cantaría. Y eso que lo hago terriblemente mal.
-Lo sé, lo sé. ¿Sientes que, cuando está ella presente, no eres capaz de comportarte mucho mejor que un retrasado lobotomizado? Y, lo que es peor, ¿te da igual lo que la gente piense de ti?
-Sí.
-Ya. Por último, ¿morirías por ella?
-Con que me lo pidiera...
-¿Y matarías?
-A quien fuera.
-¿Incluso a mí?
-Especialmente a ti.
-Bien, muchacho, éste es mi diagnóstico: más vale que te olvides de ella.
-¿Qué? Pero ¿por qué?
-Porque estás enamorado de ella, y algo que todo el mundo sabe es que si quieres conquistar a una mujer la primera regla es no mostrarle el más mínimo signo de atracción, y tú, muchacho, no sólo le muestras un signo, le hablas con todo un lenguaje de ellos.
-No te creo. Mira Bécquer sino...
-¿Qué le pasa?
-Pues él era un hombre enamorado que logró, con poemas, el objeto de sus amores.
-¿De qué hablas?
-Ya sabes, con eso de que un día le miró una chica y empezó a creer en Dios o aquello de que la poesía eran dos ojos azules.
-Venga ya, ¿de verdad no habrás creído que Bécquer se pasaba el día enamorado?
-Pues...
-Si Bécquer realmente sintió todo lo que escribió... entonces yo soy un desalmado. Si lo de los ojos eran más bien huevos fritos.
-¡Mentira!
-Además, ¿qué pasa con los que tenemos los ojos marrones? ¿No pueden ser poesía los ojos marrones?
-No quiero escucharte...
-No lo hagas, pero yo veo ahí indicios de que Bécquer era algo xenófobo.
-No sé de qué hablas.
-Más te vale hacer caso a gente que hablaba de verdad, como Ben Jhonson.
-¿Qué le ocurre?
-Nada. Pero escribió una frase muy sabia a este respecto. "Ama a una mujer y te dejará, déjala y te amará".
-¿Eso dijo, eh?
-Sabiamente.
-¡Ja! ¿Sabes que le diría a Ben si lo tuviera delante?
-No, ¿qué?
-Le diría que en temas de amores no tenía ni idea.
-¿Sí?
-Sí. Y que además, un tipo que tiene nombre de atleta erró bastante al dedicarse a escribir.
-¿Sí?
-Sí. Si Ben se hubiera dedicado a correr en lugar de a dar consejos estúpidos de los que nada entendía, le hubiera ido mucho mejor.
Viendo que por ese camino no lograría nada, decidí contarle la verdad acerca del objeto de sus amores. Sabía que para él, conociéndole como le conocía, sería duro, pero hay veces en que es necesario hacer daño a una persona que quieres para que regrese al buen camino.
-Ella es una ondaísta -le confesé abiertamente.
-¿Qué?
-Que es una persona que cree que tras la muerte, sólo hay ondas.
-¿Pero qué dices?
Entonces le conté, punto por punto, lo que ella me había explicado acerca de la perpetuidad eterna mediante ondas.
-¡Dios mío! -dijo él consternado.
-Lo sé, lo sé. ¿Te das cuenta?
-Sí...
-¿Ves cómo debes dejar...?
-Es maravilloso...
-¿Qué?
-Eso explica todos los misterios de la vida y de la muerte.
-¡¿Qué?! -pregunté hondamente impresionado.
-Ella es maravillosa.
Nada de lo que dije le hizo cambiar de idea. No sólo siguió con su acoso y con su comportamiento estúpido, sino que lo intensificó. Pero evidentemente no logró nada. Su tristeza creció y creció. Se transformó en un ser melancólico. Si veía una de esas películas sentimentales en la televisión o en el cine, lloraba; si veía una pareja abrazada en el parque, lloraba; si le pegabas fuerte en la cabeza con un martillo, lloraba. Todo muy lamentable desde luego, pero inútil. El corazón de la nadadora de lagos parecía ser de piedra. Ya saben, el tipo de piedra que lanzada al agua emite ondas. La situación se volvía insostenible. Mi hermano pasaba las horas y los días tumbado en la cama escribiendo versos y más versos. Ya no enviaba flores, ni bombones ni los versos que escribía. Ya no la llamaba ni la esperaba oculto en las sombras de su portal. Viendo hasta que extremos se iba degradando la ejemplar personalidad de mi difunto hermano, decidí que, pese a mis diferencias personales, debía ayudarle antes de que echase su vida por la borda.
Se podrán decir muchas cosas acerca de mi carácter, la mayoría buenas, desde luego, pero lo que no se podrá decir nunca es que no ayudo a mis hermanos. Leí algunos libros, La Celestina, el don Juan y el del genial Cyrano entre otros. Desempolvé y volví a estudiar mis antiguos problemas sobre la física de las ondas y requisé todos los poemas que pude de la última etapa de mi hermano. En definitiva, ideé un plan para unir a los dos tortolitos en potencia y lo ejecuté con maestría.