miércoles, 12 de noviembre de 2008

A UN GUARRO

Si existía algún detalle reseñable, del prolijo y cultivado carácter de mi hermano, éste era, sin lugar a la menor de las dudas, su intransigencia para con un oloroso defecto. En realidad, poseía un desarrollado sentido de la intransigencia, como no podía ser de otra manera en alguien como él, firmemente católico y de derechas. No tragaba ciertas manifestaciones de los vicios de sus congéneres. La falta de orden, la estupidez o la hipocresía son algunos de los defectos que aquejaban a muchos de los semejantes de mi hermano y que éste no aguantaba. Para que se hagan una idea de hasta dónde llegaba su extremismo en este aspecto, contaré que llegó a realizar una lista, que tituló:

CANCIONES QUE IMPRESCINDIBLEMENTE DEBE CONOCER Y APRECIAR LA CHICA QUE PRETENDA ASPIRAR AL ENORME PRIVILEGIO DE SER MI NOVIA

Y en la que incluía canciones como "Mustafa" del grupo nefandario Queen, la "Obertura de los Necios" de los estrafalarios Supertram o el Limonero" de los legendarios Pedro, Pablo y María.

Sea como fuere, existía entre los congéneres de mi hermano, y entre muchos de los míos, un defecto que era absolutamente rechazado por mi hermano: la suciedad o la falta de higiene personal. Observar a una persona guarra le provocaba grandes accesos de ansiedad que desembocaban, inevitablemente, en tremendos picores por toda su superficie corporal. Aunque curioso, era cierto. A mi hermano, ver desaliñados, le producía prurito.

Mi familia buscó durante años la causa y la cura de esta sucia alteración psíquico-física, pero todos los psicólogos se empeñaban en relacionarlo con auto-represiones de carácter sexual. Una vez, mi hermano llegó a confesarme que se empezaba a sentir algo reprimido. Cuando le pregunté que en qué aspecto, me respondió que, de un tiempo a aquella parte, debía reprimirse para no lanzar las sillas de los consultorios a las cabezas de los psicólogos. Con los psiquiatras fue casi peor. Siempre volvía con un diagnóstico plagado de palabrejas y vocablos incomprensibles, aunque todos coincidían en afirmar que la “etiología era patognomónica”. No sé qué tipo de perverso mal es ése, pero es sin duda devastador para la Clase Mamífera, pues he escuchado a muchos médicos y veterinarios usarlo para explicar el origen de muchos trastornos. De cualquier forma, ninguno logró nunca curarle su prurito.

Imaginen, pues, su desgracia cuando topó con un chaval que portaba con gusto todos esos defectos que él despreciaba. La cosa no hubiese llegado a mayores sino fuera porque el pestilente sujeto asistía a su misma clase. Ya pueden hacerse una idea de lo que eran aquellas clases. Por un lado, el mal olor que eternamente emitía el mefítico personaje; por el otro, las diversas, complicadas y en ocasiones divertidas contorsiones que mi hermano se veía obligado a realizar para rascarse en todas las zonas de su cuerpo. Tan graves eran los ataques de picores que a mi hermano se le empezó a conocer como "el chimpa", por la semejanza de comportamiento con el de ciertos monos, sin duda muy inteligentes.

Mi hermano tenía paciencia, no es que fuera el santo Job, pero tenía paciencia. Su paciencia aguantó lo que pudo, pero en poco tiempo se vio totalmente rebasada por el mal olor, las vestimentas pegajosas, el pelo grasiento y los demás repelentes del guarro. Éste, que ignoraba que el comportamiento extravagante de mi hermano tuviera su origen en él, le tenía como a una persona bondadosa y de gran sapiencia. Por ello, en cierta ocasión, fue a demandar a mi hermano su sabio consejo relacionado con una chica que le atraía. Concretamente, le pidió, sabedor de su afición lírica, un poema que le ayudara en su conquista. Mi hermano, que era una gran persona, de enorme corazón, estrecho de espaldas, y abultada capacidad craneal, en lugar de ignorar la petición del guarrete, como hubiésemos hecho sin duda nosotros, gente mezquina y facinerosa, se comprometió a escribirle el poema. Y lo hizo de la original manera que a continuación transcribo:

Todo hiede, todo apesta,

todo huele a podredumbre.

dices que ella te detesta

por no mudar tu costumbre.


Si rascarás bien la roña

aunque solo sea en la cara;

si arrancarás la carroña,

si una esponja te lavara...


Quizás ella te quisiera,

pero no, una dama así...

Si estúpida quizás fuera,

si viviera sin nariz.


Si por ahí fueras vestido

con ropa limpia y aseado,

si ningún viejo tejido

ni trapo por otro usado.


Si sintieras el dolor

que nos produce el mirarte;

si supieras que hedor

de repente al acercarte.


Nauseas que al mal olor llaman,

nostálgicos sentimientos

que en la noche ciega exclaman

vómitos de olor a cientos.


Tus andares desgarbados

solo tienen un porqué:

uno del otro alejados

van huyendo tus dos pies.


Si los guarros a tu paso

sin disimulo se apartan

¿no será porque acaso

son tus sobacos que cantan?


Andando contigo van

gente guarra y gente sucia,

siempre siguen el compás

de tu excretada inmundicia.


Ya te acabo tu poema,

ya está inmunda cancioncilla

poniendo fin al lexema:

¡límpiate la pistolilla!

jueves, 6 de noviembre de 2008

¡VAYA MEADA!

Me estoy meando

Y ahorita me dispongo a descargar

Vaya meada

Pero ya no puedo dar la marcha atrás.

No corto el chorro

Tanto que corro

Para mear.

Vas paseando

De repente respingaste al cruzar

Aquel riachuelo

Que amarillo otra cosa no será:

¡Por Dios que espanto!

Hiede otro tanto

¿Será camelo?

¿Será...será...?

Vaya meada

Ese tío es todo un campeón

Como la mueve

Que arte tiene con su manguerón,

Pues sí que bebe

No es cosa leve

Su vejigón.

Representante

Ese es mi oficio sí quieres comprar

Rica cerveza

Litros de agua de un rico manantial.

De todo vendo

Pues más no entiendo

Todo es cobrar.

Así acabé

Siendo modelo de agua mineral

Gané un pastón,

No me quejo la vida no ha ido mal

Hasta que hallé

Una mujer.

Todo acabó.


Sin duda, si posee usted un alma delicada, sensible y bien educada, coincidirá conmigo en que mi hermano se ha pasado de escatológico.

Yo, cuando leí el poema, se lo dije:

-Hermano.

-¿Qué?

-Te has pasado de escatológico.


Y es que con estas cosas no hay que jugar. Uno debe ser contundente. Se empieza hablando de meadas y se acaba conversando amigablemente sobre almorranas, diarreas, golondrinos y tanzanitos. Como si uno pudiese hablar en un tono amistoso de estos desagradables y malolientes temas.

Cuando uno se pone en plan cochinote, a uno no deberían extrañarle las reprimendas de sus mayores. Y yo era un año y pico mayor que mi hermano. Por eso le propiné su merecido rapapolvo que él aceptó con sumisión; como deben acceptar los hermanos menores los deseos, consejos y broncas de sus hermanos mayores.

Creo que he mencionado en alguna ocasión durante el transcurso de estos ensayos, mis divergencias de pensamiento con algunas de las ideas expuestas por mi hermano. Estas divergencias son resaltadas más por puro interés que por verdadera heterogeneidad, si es heterogeneidad la palabra adecuada, de ideas.

Aclararé esto. Lo que pretendo explicar es que me he visto obligado a discrepar y a ponerme en contra con algunos de los poemas de mi hermano. Esto es así porque me doy cuenta de que, de no hacerlo, no tendré futuras admiradoras. Y estarán conmigo en que, por tener futuras admiradoras, uno hace lo que sea. Incluso desacreditar a un hermano aunque se piense como él.

Pese a todo, opino que, en esta ocasión, ha ido muy lejos.

Ignoro si es que a mi hermano no le interesaban futuras admiradoras, pero desde luego, escribiendo estas cosas, las únicas futuras admiradoras que podría haber tenido no sabrían leer, estarían cubiertas de espeso pelo negro y pertenecerían a la familia goriloide.

Tratar de hacer un poema que hable de meadas, pises, orines o líquidos amoniacales de cualquier tipo, es de personas de muy reducido espíritu estético.

Mi hermano, capaz de crear poemas de inusitada belleza lírica, en un momento de debilidad, escribe el texto que precede a mi comentario y, en un acto de bajeza sin limites, se atreve a entregármelo para que lo lea. Pero, no parando ahí su insensatez, tiene la desfachatez de afirmar que este poema será incluido en nuestro libro, diga yo lo que diga. Pues bien, incluirse se ha incluido, pero yo no comento más.

Y que se aguante con la riña.

miércoles, 22 de octubre de 2008

El AMOR

(Parte II)

Merced a mi habilidad con las mujeres, conseguí, después de un par de encuentros casualmente provocados, ir a tomar café con la creyente en las ondas. En realidad, me sorprendió la facilidad con que logré que me acompañara, pero no le di mayor importancia.
La conversación giraba entorno a los intranscendentales típicos y viejos temas que se hablan en ese tipo de citas:
-Últimamente está haciendo un calor tremendo -decía yo.
-Aha -respondía ella que no parecía estar muy interesada.
-Casi diría que hace más calor que... -iba decir que en el Infierno, pero cambié hábilmente en el último instante, pues no quería iniciar una discusión metafísica de nuevo-... que en el Sáhara.
-Aha.
-Resulta curioso el Sáhara...
-¿Por?
-No sé, toda esa arena, las dunas, las ondas... Y, hablando de ondas -le dije sacando el tema sutilmente y con la habilidad social que me caracteriza- ¿Te he dicho que mi hermano se ha convertido a tu religión?
-¿Qué?
-Como lo oyes. Es un ondaísta.
-¿Pero de qué hablas?
-Pues de eso. Cree en las ondas después de la muerte...
-¡Dios mío! ¿Aún estás con eso?
-Sí. Y mi hermano también.
-Tú hermano... Hace tiempo que no me acosa...
-El pobre está desesperado. Mira observa que poema suyo encontré debajo de su cama.
-Más poemas de amor no, por favor.
-No, no, sino es de amor...
-Bueno, vale, a ver...
Y le enseñé el siguiente poema:

¿Me amará o no me amará?
Margarita del destino
dime que sí me querrá
o me iré directo al vino.

-¡Qué terrible! ¿Tan mal está?
-Peor.
-Si en realidad tu hermano no es tan desagradable...pero se puso tan pesado con el tema del amor y todo eso, escribiendo unos poemitas qué...
-Ya, pero entiéndelo, no era dueño de sí.
-¿Y ya lo es?
-Sí -mentí-. Se pertenece totalmente.
-¿En serio?
-Sí, puedo decir que acaba de pagar su última letra.
-No sé, no sé. En realidad, visto desde fuera... muy desde fuera...
Me daba cuenta que mi actuación estaba surtiendo efecto. Pronto caería rendida a los pies de mi hermano.
-Desde luego, yo siempre he dicho que si quieres conocer algo bien, debes mirarlo a kilómetros de distancia...
-No sé... si fuera como tú.
-¿Eh? -pregunté sorprendido. Aquello no estaba en mis planes. ¿Qué era eso de ser cómo yo?-. Bueno, somos hermanos y, pese a todo, nos parecemos.
-Pero tú tienes un algo.
-¿En serio? -pregunté mirándome de arriba abajo-. ¡Oh! Ése algo. Bueno, es algo que, en general, tenemos todos... hasta mi hermano, quien por cierto...
-¿Pero es que no vas a dejar de hablar de tu hermano?
-Tan sólo iba a decir que...
-Te quiero -dijo mirándome a los ojos.
-¿Qué? -dije poniéndome colorado y nervioso. Definitivamente, aquello se acababa de cargar el estudio sobre la probabilidad de las variables que hice cuando tracé el plan-. Ya, pero mi hermano...
-¡Olvida a tu hermano! ¿Es que no has oído lo qué he dicho?
-Mmmhhh sí. Pero no entiendo qué puedes ver en mí. Yo no soy ni la mitad de interesante que él. Además mis poesías son horribles.
-¿Escribes poesías? -preguntó ella ilusionada con un brillo en los ojos que no me gustaba nada.
-Sí... ¡digo no!
-¡Recítame una!
Pensé que aquello podría resolver mi problema. Quiero decir que cuando oyera una de mis terribles composiciones, y además recitadas por mí, que si para algo no sirvo es para recitar poesías, haría entrar en razón a la ondaísta y recuperar, por decirlo así, su fe en el ondaísmo. Tal fue la poesía que recité:

En este maldito día
en el que a esta vida mía,
ahogada en mares de lodo,
le falta toda armonía
creo que me la suda todo.

-Ya ves... Ni punto de comparación con la peor escrita por mi hermano -pero al mirarla comprendí que ella no opinaba igual. Me miraba como extasiada, la boca medio abierta, los párpados entrecerrados y las mejillas sonrojadas. Después de emitir un suspiro enorme, dijo:
-Ha sido maravillosamente profundo.
-¿En serio?
-Me he sentido aturdida.
-¿De veras?
-Fantástica.
En un último intento desesperado por librarme de aquello, intenté que recuperará la cordura. Sabiendo por mi hermano la tirria que tenía a los poemas de amor, me decidí a recitarle mi único poema escrito al amor:

Que no digan: "¡qué bello es el amor!"
cuando lo más bello de él es hacerlo.
Si al enamorado hemos de ponerlo
junto al que sufre y padece dolor.

Si al alma y a la mente invade el temor
de algún día siquiera conocerlo.
Si burla eres del resto al padecerlo
y al que amas huye de ti con pavor.

Consejero maligno que te miente,
engaña al pensamiento con pasión
y en soledad te deja entre la gente.

Con razón nunca piensa el corazón
pues es, a mi ver, de mente demente,
y al buen juicio lo esconde en un rincón

-Date cuenta -la advertí al terminar- de mi penosa opinión acerca del amor.
-No es penosa.
-¿Ah no?
-No, yo la comparto y creo que es el mejor soneto que he escuchado nunca.
-Vaya, gracias... La verdad es que no está tan mal y...¡No! Un momento. Lo nuestro no funcionaría.
-¿Por qué?
-Porque yo no puedo salir con alguien que cree en las ondas, por ejemplo.
-Bien, pues a partir de ahora ya no creo en las ondas. Ahora creo en el Cielo.
-¿Y en el Infierno?
-También.
-¿Y en el Purgatorio?
-Desde luego.
-¿Y qué hay del Limbo?
-No te pases.
-Bueno... tampoco está tan mal... ¡No! Esto no puede ser, te pido tiempo para poner en orden mis ideas.
-De acuerdo. ¿Te parece que nos volvamos a ver mañana?
-Bien.

La verdad, cuando regresé a casa estaba aturdido. Asustado. Ignoraba como se tomaría mi hermano el hecho de que yo era el objeto de los amores del objeto de los suyos. Sin duda tendría graves objeciones que hacer sobre mi persona. Y sin duda todas ellas merecidas. Desde luego yo no haría nada con la descreída. No mientras mi hermano siguiera sufriendo por ella. Le encontré en su cuarto, leyendo un libro mientras tatareaba una canción.
-Hola-saludé.
-Hola, hola, muchacho -respondió él alegremente, cosa que me sorprendió-.¿Cómo va la vida?
-Pssst.
Y con ésas volvió a la lectura del libro y al tatareo de la canción. Me dio la impresión que era el Himno de la Alegría, pero no estoy seguro.
-¿Tatareas? -pregunté.
-Aha.
-Llevabas mucho tiempo sin hacerlo.
-Cantaría.
-¿Tú?
-Sí.
-Si lo haces fatal.
-Lo sé. Y no me importa. El mundo es maravilloso.
-¿Cuál?
-Éste.
-¿Cuándo?
-A todas horas. El mundo es el lugar más maravilloso que existe para vivir.
-Lo siento pero no opino igual.
-¿Y eso?
-¿Recuerdas a la ondaísta?
-Claro, esa loca.
-Loca, ¿por qué loca?
-¿Has escuchado alguna vez una teoría mas estúpida que esa de las ondas después de la muerte?
-Bueno, es extravagante, lo reconozco, pero si la piensas bien...
-Tonterías.
-Pero...
-Paparruchas.
-Sí, ya, pero el caso es...
-Eso no son más que ciegayernos.
-¿Ciega qué?
-Yernos, es una palabra que he buscado en el diccionario para hacer un poema.
-¿Un poema?
-De amor.
-Pero sí tú ya no crees en el amor.
-Eso era ayer. Hoy he conocido a un ángel.
-No me digas.
-Estoy enamorado.
-¿Otra vez?
-Sí. Cegado por la luz que desprende el ser maravilloso que...
-¿Cegado por un ciegayernos?
-No exactamente.
-¿Y la ondaísta?
-Ya no me interesa. Por mí podrías salir hasta tú con ella que no diría lo más mínimo. Además, ¿quién va a querer estar con alguien que cree en las ondas? Habría que estar loco.
-Es que ya no cree en las ondas.
-¿Ah no?
-No. Ahora casi cree en el Limbo.
-Es igual-y con ésas volvió al tatareo.

Bien, no quiero alargarme más. Mi hermano al final logró salir con su nuevo amor y yo estuve con la ex-ondaísta. Fueron bonitas las relaciones mientras duraron. Un mes para mí un dos para el caso de mi hermano. Pero ya se sabe, así es la vida. Y así es el amor.