Si existía algún detalle reseñable, del prolijo y cultivado carácter de mi hermano, éste era, sin lugar a la menor de las dudas, su intransigencia para con un oloroso defecto. En realidad, poseía un desarrollado sentido de la intransigencia, como no podía ser de otra manera en alguien como él, firmemente católico y de derechas. No tragaba ciertas manifestaciones de los vicios de sus congéneres. La falta de orden, la estupidez o la hipocresía son algunos de los defectos que aquejaban a muchos de los semejantes de mi hermano y que éste no aguantaba. Para que se hagan una idea de hasta dónde llegaba su extremismo en este aspecto, contaré que llegó a realizar una lista, que tituló:
Y en la que incluía canciones como "Mustafa" del grupo nefandario Queen, la "Obertura de los Necios" de los estrafalarios Supertram o el “Limonero" de los legendarios Pedro, Pablo y María.
Sea como fuere, existía entre los congéneres de mi hermano, y entre muchos de los míos, un defecto que era absolutamente rechazado por mi hermano: la suciedad o la falta de higiene personal. Observar a una persona guarra le provocaba grandes accesos de ansiedad que desembocaban, inevitablemente, en tremendos picores por toda su superficie corporal. Aunque curioso, era cierto. A mi hermano, ver desaliñados, le producía prurito.
Mi familia buscó durante años la causa y la cura de esta sucia alteración psíquico-física, pero todos los psicólogos se empeñaban en relacionarlo con auto-represiones de carácter sexual. Una vez, mi hermano llegó a confesarme que se empezaba a sentir algo reprimido. Cuando le pregunté que en qué aspecto, me respondió que, de un tiempo a aquella parte, debía reprimirse para no lanzar las sillas de los consultorios a las cabezas de los psicólogos. Con los psiquiatras fue casi peor. Siempre volvía con un diagnóstico plagado de palabrejas y vocablos incomprensibles, aunque todos coincidían en afirmar que la “etiología era patognomónica”. No sé qué tipo de perverso mal es ése, pero es sin duda devastador para
Imaginen, pues, su desgracia cuando topó con un chaval que portaba con gusto todos esos defectos que él despreciaba. La cosa no hubiese llegado a mayores sino fuera porque el pestilente sujeto asistía a su misma clase. Ya pueden hacerse una idea de lo que eran aquellas clases. Por un lado, el mal olor que eternamente emitía el mefítico personaje; por el otro, las diversas, complicadas y en ocasiones divertidas contorsiones que mi hermano se veía obligado a realizar para rascarse en todas las zonas de su cuerpo. Tan graves eran los ataques de picores que a mi hermano se le empezó a conocer como "el chimpa", por la semejanza de comportamiento con el de ciertos monos, sin duda muy inteligentes.
Mi hermano tenía paciencia, no es que fuera el santo Job, pero tenía paciencia. Su paciencia aguantó lo que pudo, pero en poco tiempo se vio totalmente rebasada por el mal olor, las vestimentas pegajosas, el pelo grasiento y los demás repelentes del guarro. Éste, que ignoraba que el comportamiento extravagante de mi hermano tuviera su origen en él, le tenía como a una persona bondadosa y de gran sapiencia. Por ello, en cierta ocasión, fue a demandar a mi hermano su sabio consejo relacionado con una chica que le atraía. Concretamente, le pidió, sabedor de su afición lírica, un poema que le ayudara en su conquista. Mi hermano, que era una gran persona, de enorme corazón, estrecho de espaldas, y abultada capacidad craneal, en lugar de ignorar la petición del guarrete, como hubiésemos hecho sin duda nosotros, gente mezquina y facinerosa, se comprometió a escribirle el poema. Y lo hizo de la original manera que a continuación transcribo:
Todo hiede, todo apesta,
todo huele a podredumbre.
dices que ella te detesta
por no mudar tu costumbre.
Si rascarás bien la roña
aunque solo sea en la cara;
si arrancarás la carroña,
si una esponja te lavara...
Quizás ella te quisiera,
pero no, una dama así...
Si estúpida quizás fuera,
si viviera sin nariz.
Si por ahí fueras vestido
con ropa limpia y aseado,
si ningún viejo tejido
ni trapo por otro usado.
Si sintieras el dolor
que nos produce el mirarte;
si supieras que hedor
de repente al acercarte.
Nauseas que al mal olor llaman,
nostálgicos sentimientos
que en la noche ciega exclaman
vómitos de olor a cientos.
Tus andares desgarbados
solo tienen un porqué:
uno del otro alejados
van huyendo tus dos pies.
Si los guarros a tu paso
sin disimulo se apartan
¿no será porque acaso
son tus sobacos que cantan?
Andando contigo van
gente guarra y gente sucia,
siempre siguen el compás
de tu excretada inmundicia.
Ya te acabo tu poema,
ya está inmunda cancioncilla
poniendo fin al lexema:
¡límpiate la pistolilla!