miércoles, 22 de octubre de 2008

El AMOR

(Parte II)

Merced a mi habilidad con las mujeres, conseguí, después de un par de encuentros casualmente provocados, ir a tomar café con la creyente en las ondas. En realidad, me sorprendió la facilidad con que logré que me acompañara, pero no le di mayor importancia.
La conversación giraba entorno a los intranscendentales típicos y viejos temas que se hablan en ese tipo de citas:
-Últimamente está haciendo un calor tremendo -decía yo.
-Aha -respondía ella que no parecía estar muy interesada.
-Casi diría que hace más calor que... -iba decir que en el Infierno, pero cambié hábilmente en el último instante, pues no quería iniciar una discusión metafísica de nuevo-... que en el Sáhara.
-Aha.
-Resulta curioso el Sáhara...
-¿Por?
-No sé, toda esa arena, las dunas, las ondas... Y, hablando de ondas -le dije sacando el tema sutilmente y con la habilidad social que me caracteriza- ¿Te he dicho que mi hermano se ha convertido a tu religión?
-¿Qué?
-Como lo oyes. Es un ondaísta.
-¿Pero de qué hablas?
-Pues de eso. Cree en las ondas después de la muerte...
-¡Dios mío! ¿Aún estás con eso?
-Sí. Y mi hermano también.
-Tú hermano... Hace tiempo que no me acosa...
-El pobre está desesperado. Mira observa que poema suyo encontré debajo de su cama.
-Más poemas de amor no, por favor.
-No, no, sino es de amor...
-Bueno, vale, a ver...
Y le enseñé el siguiente poema:

¿Me amará o no me amará?
Margarita del destino
dime que sí me querrá
o me iré directo al vino.

-¡Qué terrible! ¿Tan mal está?
-Peor.
-Si en realidad tu hermano no es tan desagradable...pero se puso tan pesado con el tema del amor y todo eso, escribiendo unos poemitas qué...
-Ya, pero entiéndelo, no era dueño de sí.
-¿Y ya lo es?
-Sí -mentí-. Se pertenece totalmente.
-¿En serio?
-Sí, puedo decir que acaba de pagar su última letra.
-No sé, no sé. En realidad, visto desde fuera... muy desde fuera...
Me daba cuenta que mi actuación estaba surtiendo efecto. Pronto caería rendida a los pies de mi hermano.
-Desde luego, yo siempre he dicho que si quieres conocer algo bien, debes mirarlo a kilómetros de distancia...
-No sé... si fuera como tú.
-¿Eh? -pregunté sorprendido. Aquello no estaba en mis planes. ¿Qué era eso de ser cómo yo?-. Bueno, somos hermanos y, pese a todo, nos parecemos.
-Pero tú tienes un algo.
-¿En serio? -pregunté mirándome de arriba abajo-. ¡Oh! Ése algo. Bueno, es algo que, en general, tenemos todos... hasta mi hermano, quien por cierto...
-¿Pero es que no vas a dejar de hablar de tu hermano?
-Tan sólo iba a decir que...
-Te quiero -dijo mirándome a los ojos.
-¿Qué? -dije poniéndome colorado y nervioso. Definitivamente, aquello se acababa de cargar el estudio sobre la probabilidad de las variables que hice cuando tracé el plan-. Ya, pero mi hermano...
-¡Olvida a tu hermano! ¿Es que no has oído lo qué he dicho?
-Mmmhhh sí. Pero no entiendo qué puedes ver en mí. Yo no soy ni la mitad de interesante que él. Además mis poesías son horribles.
-¿Escribes poesías? -preguntó ella ilusionada con un brillo en los ojos que no me gustaba nada.
-Sí... ¡digo no!
-¡Recítame una!
Pensé que aquello podría resolver mi problema. Quiero decir que cuando oyera una de mis terribles composiciones, y además recitadas por mí, que si para algo no sirvo es para recitar poesías, haría entrar en razón a la ondaísta y recuperar, por decirlo así, su fe en el ondaísmo. Tal fue la poesía que recité:

En este maldito día
en el que a esta vida mía,
ahogada en mares de lodo,
le falta toda armonía
creo que me la suda todo.

-Ya ves... Ni punto de comparación con la peor escrita por mi hermano -pero al mirarla comprendí que ella no opinaba igual. Me miraba como extasiada, la boca medio abierta, los párpados entrecerrados y las mejillas sonrojadas. Después de emitir un suspiro enorme, dijo:
-Ha sido maravillosamente profundo.
-¿En serio?
-Me he sentido aturdida.
-¿De veras?
-Fantástica.
En un último intento desesperado por librarme de aquello, intenté que recuperará la cordura. Sabiendo por mi hermano la tirria que tenía a los poemas de amor, me decidí a recitarle mi único poema escrito al amor:

Que no digan: "¡qué bello es el amor!"
cuando lo más bello de él es hacerlo.
Si al enamorado hemos de ponerlo
junto al que sufre y padece dolor.

Si al alma y a la mente invade el temor
de algún día siquiera conocerlo.
Si burla eres del resto al padecerlo
y al que amas huye de ti con pavor.

Consejero maligno que te miente,
engaña al pensamiento con pasión
y en soledad te deja entre la gente.

Con razón nunca piensa el corazón
pues es, a mi ver, de mente demente,
y al buen juicio lo esconde en un rincón

-Date cuenta -la advertí al terminar- de mi penosa opinión acerca del amor.
-No es penosa.
-¿Ah no?
-No, yo la comparto y creo que es el mejor soneto que he escuchado nunca.
-Vaya, gracias... La verdad es que no está tan mal y...¡No! Un momento. Lo nuestro no funcionaría.
-¿Por qué?
-Porque yo no puedo salir con alguien que cree en las ondas, por ejemplo.
-Bien, pues a partir de ahora ya no creo en las ondas. Ahora creo en el Cielo.
-¿Y en el Infierno?
-También.
-¿Y en el Purgatorio?
-Desde luego.
-¿Y qué hay del Limbo?
-No te pases.
-Bueno... tampoco está tan mal... ¡No! Esto no puede ser, te pido tiempo para poner en orden mis ideas.
-De acuerdo. ¿Te parece que nos volvamos a ver mañana?
-Bien.

La verdad, cuando regresé a casa estaba aturdido. Asustado. Ignoraba como se tomaría mi hermano el hecho de que yo era el objeto de los amores del objeto de los suyos. Sin duda tendría graves objeciones que hacer sobre mi persona. Y sin duda todas ellas merecidas. Desde luego yo no haría nada con la descreída. No mientras mi hermano siguiera sufriendo por ella. Le encontré en su cuarto, leyendo un libro mientras tatareaba una canción.
-Hola-saludé.
-Hola, hola, muchacho -respondió él alegremente, cosa que me sorprendió-.¿Cómo va la vida?
-Pssst.
Y con ésas volvió a la lectura del libro y al tatareo de la canción. Me dio la impresión que era el Himno de la Alegría, pero no estoy seguro.
-¿Tatareas? -pregunté.
-Aha.
-Llevabas mucho tiempo sin hacerlo.
-Cantaría.
-¿Tú?
-Sí.
-Si lo haces fatal.
-Lo sé. Y no me importa. El mundo es maravilloso.
-¿Cuál?
-Éste.
-¿Cuándo?
-A todas horas. El mundo es el lugar más maravilloso que existe para vivir.
-Lo siento pero no opino igual.
-¿Y eso?
-¿Recuerdas a la ondaísta?
-Claro, esa loca.
-Loca, ¿por qué loca?
-¿Has escuchado alguna vez una teoría mas estúpida que esa de las ondas después de la muerte?
-Bueno, es extravagante, lo reconozco, pero si la piensas bien...
-Tonterías.
-Pero...
-Paparruchas.
-Sí, ya, pero el caso es...
-Eso no son más que ciegayernos.
-¿Ciega qué?
-Yernos, es una palabra que he buscado en el diccionario para hacer un poema.
-¿Un poema?
-De amor.
-Pero sí tú ya no crees en el amor.
-Eso era ayer. Hoy he conocido a un ángel.
-No me digas.
-Estoy enamorado.
-¿Otra vez?
-Sí. Cegado por la luz que desprende el ser maravilloso que...
-¿Cegado por un ciegayernos?
-No exactamente.
-¿Y la ondaísta?
-Ya no me interesa. Por mí podrías salir hasta tú con ella que no diría lo más mínimo. Además, ¿quién va a querer estar con alguien que cree en las ondas? Habría que estar loco.
-Es que ya no cree en las ondas.
-¿Ah no?
-No. Ahora casi cree en el Limbo.
-Es igual-y con ésas volvió al tatareo.

Bien, no quiero alargarme más. Mi hermano al final logró salir con su nuevo amor y yo estuve con la ex-ondaísta. Fueron bonitas las relaciones mientras duraron. Un mes para mí un dos para el caso de mi hermano. Pero ya se sabe, así es la vida. Y así es el amor.