jueves, 14 de junio de 2007

PRIMAVERA COCHINA

Ya llegaste primavera,
Tu alegría,
Tus olores,
Los capullos
Y sus flores.
Ya llegaste primorosa
Ya te vi cual bella rosa.

Ya llegaste primavera
Con alergias
Y picores,
Con abejas
Y dolores.

Ya llegaste puñetera,
Pronto vete,
Que sea cierto,
Ya al retrete,
Ya al desierto.
Pasa rauda
Y veloz
Y estornuda
Como yo,
Y verás
Qué se siente
Cuando llegas
De repente.
Siembras llanto
Y locuras,
Ciego espanto,
Picaduras
Y entre tanto
Mal de altura.
Sin tu encanto,
Niña pura,
Y sin ti
Por ventura,
Soy feliz
Sin tristura.

Mi hermano no disfrutaba locamente durante la primavera. Reconozco que no es un comentario excesivamente agudo y que, como crítico poético, no me deja en un lugar especialmente elevado. Pero no negarán que, fuera de éste, el poema no ofrece mucho margen a la actuación del comentarista. Mi hermano tenía alergia y, como consecuencia, la primavera era para él la peor época del año. Un invierno infinito hubiera sido el estatus climático ideal. Creo que en su opinión, la mejor descripción primaveral es la que hizo S. Barber, musicalmente hablando, claro. Alguno quizá sea capaz de ver algún tipo de metafórica intención oculta, yo no. Soy más bien poco dado a las intenciones ocultas. Lo que pienso lo escribo de una forma lo más clara posible. Cierto es que a veces escribo cosas que no pienso, pero eso nos pasa a todos. Teniendo en cuenta que aquí se termina mi labor de crítico, tendré que relatarles nuestra experiencia con las alergias. Y, más que con las alergias, con las golondrinas.
El asunto comenzó en cierta ocasión en que empecé a levantarme de la cama melancólico. Triste, si entienden qué quiero decir. Los ojos siempre lacrimosos y las narices sorbiendo como si hubiera llorado. Pronto no pude dormir a partir de la salida del sol. Y, ya despierto, las lágrimas me impedían mantener los ojos completamente abiertos. Me estaba convirtiendo en un auténtico desgraciado. No exagero si afirmo que la vida estaba perdiendo, a mis ojos, todo su encanto. Y todo porque un par de golondrinas habían decidido usar como hogar al tambor de la persiana de mi habitación. Sus excrementos y suciedades hacían de mí un auténtico mocosete. Siempre llorando y estornudando. Además su alegre manía de recibir al nuevo día piando conseguía que a partir de las seis de la mañana no pudiera pegar ojo.
Cierto sábado por la tarde convencí a mi hermano para que me ayudara a eliminar a las golondrinas. Tapados con sendas mascarillas anti-polvo –porque, según dicen, con ellas puestas no te comes un colín- y usando guantes de látex nos enfrentamos a las terribles aves. Mi hermano, cautelosamente, levantó la tapa del tambor, y yo me asomé preparado para defenderme de una agresión picuda dirigida a mis desprotegidos ojos.
Pronto localicé a las golondrinas. Las dos estaban en una esquina, acurrucadas sobre su nido y sin moverse lo más mínimo. De tan inmóviles parecían estar muertas. Extremando las precauciones toqué a una de ellas con el dedo y ella se movió algo, lo que me indicó cierta actividad vital en al menos una de las dos. Me sorprendió que no echasen a volar. Quiero decir que parecía que preferían dar su vida a abandonar su hogar en manos de desaprensivos. A los caracoles, creo, les ocurre lo mismo, aunque por otros motivos. Era loable la valentía de los emplumados animales.
Viendo que estaban vivas y que no pensaban abandonar el nido fácilmente, empecé a lanzarles advertencias verbales para que huyeran. Avisos del tipo: Fuera, vamos. ¡Idos! ¡Largo!, pero que no tuvieron mucho éxito. Así que le dije a mi hermano:
-Bueno, parece que no se van. Vas a tener que cogerlas con la mano y echarlas.
-¿Quién yo?-preguntó sorprendido.
-Sí, tú.
-Pero yo estoy sujetando la tapa. Además, el veterinario eres tú.
-Eso es cierto, pero ignoro todo lo relacionado con el trato de bichos bípedos. A mí que me den toda clase de animales a cuatro patas y, a ser posible, muertos, pero esta clase de ave es tan misteriosa para mí como para ti. Es más, yo diría que tú tienes más experiencia en el trato con golondrinas que yo.
-¿Que yo...? ¿Pero qué dices?
-Bueno, tú eres el poeta.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-Pues, ya sabes. Bécquer..., las oscuras golondrinas...
-Mira, éste es tu cuarto, si quieres librarte de ellas, sácalas tu mismo.
-De acuerdo –accedí pensando que mi hermano era un cobarde.
Concentré toda mi atención en las golondrinas que, por supuesto, no se habían movido un ápice. Respiré profundamente dos o tres veces, me armé de valor, coloqué mi mano temblorosa lo más cerca posible y, con movimiento rápido y certero, cogí a las dos por las alas. Entonces empecé a gritar:
-¡Las tengo! ¡Ya son mías!
Y ellas empezaron a moverse y a trinar con gran estruendo. Además les dio por defecarse encima de mi mesa, donde estaban los apuntes de la oposición. Mi hermano dejó la tapa y gritó:
-¡Corre, corre!
-¡Pío, pío...! –piaban las avecillas.
-¡¡¿Corro?!! ¡¡¿A dónde?!!
-¡Pío, pío...!
-¡Mátalas! -gritó sanguinariamente excitado.
-¡Pío, pío...!
-¡¡¿Que las mate cómo?!!
-¡Pío, pío…!
-¡No lo sé! Tú eres el veterinario.
-¡Pío, pío...!
-¡Ya sé que soy el maldito veterinario, pero nunca me han enseñado a matar golondrinas! ¿Qué hizo Bécquer con las oscuras golondrinas?
-¡Pío, pío...!
-¡¡Y yo qué sé lo que hizo Bécquer!!
Entonces, en un momento de lucidez mental, nada raro en mí, abrí la ventana y las solté. Ellas se fueron volando hacia su libertad. Después de limpiar todos sus excrementos, suciedades y heces, pensé que al fin me había librado de alergias y golondrinas. Esa noche dormí como un bendito hasta que fui despertado por el dulce trinar, que para mí era como crascitar, de las golondrinas. Además, en su regreso, piaban más fuerte y metían más escándalo.
No sé si al final volvieron las oscuras golondrinas en el caso de Bécquer, pero en mi caso desde luego sí. Todas las primaveras, como relojes, vuelven las golondrinas para convertirme en un desgraciado. Por eso comparto profundamente el desencanto fraterno hacia la primavera. Mi opinión es que es una estación totalmente prescindible. Y, desde luego, si me preguntaran que cuál es mi estación favorita, diría que, después del otoño, invierno y verano, la primavera.

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